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miércoles, 15 de enero de 2014

Cadena perpetua

Cadena perpetua, relato


Cadena Perpetua
Cadena perpetua by M. Stanfond

Cadena perpetua


“Mi señora bienamada:



En este cautiverio mío donde las penas enraízan en las paredes y la soledad gotea descolorida en el cristal de las ventanas, un minuto se dilata hasta un año y  dibuja fracción a fracción cada célula, cada detalle de un recuerdo tuyo. Ágiles irrumpen tus huellas por el polvo de mis pisadas; poderosas se abalanzan sobre conciencia y alma, desmenuzándolas lentamente con manos párvulas. ¿Qué me depara ahora tu espíritu ruin y mi corazón atormentado? Ya pago lo que la ley humana pidió: duro castigo para un enamorado.

Maldigo el día que me conociste; pues bien sé que fui tu pesadilla, que durante años me apoderé de tu vida: quise ser Dios y crearte a mi manera. Era como poner cercas al aire o dividir el agua con los dedos: vanos propósitos sin puntales, sueños ufanos muertos nada más nacer. Mi engendro, poco a poco, se tornó destrucción: esperpento mezquino que miserable atesoraba palabras hirientes. Quebré tus sueños y un ser sin sueños es un bufón que se mira triste en el espejo, requerido a la desdicha, amamantando la boca hambrienta de la soledad, vacío y sin fondo.

Aún reverbera en el oído del tiempo tu dulce nombre, perpetuamente repetido por gargantas ermitañas y como acólito arrepentido, voy orando liturgias sin devoción al compás desgastado de mis latidos. Te maté por no ceñirte a mis antojos, por tu infiel afrenta al regalar a otros delicias guardando raposa para mí tus sabores más amargos.

Como la verdad es que yo hallé en ti más desdichas que benevolencias: te maté, y te mato, simplemente por despecho. Serás mía  como sombra y luz proyectando juntos inversamente todo lo que tu luz espanta” —recitaba el viejo cheposo subido a una silla de enea deshilachada. Y bajándose de ella se acercó silencioso y de forma teatral, al único espectador que le miraba. Sacó del bolsillo paulatinamente, centímetro a centímetro, la foto de un ruiseñor con las alas cortadas. Y guardándola con la misma parsimonia, continuó—. “Este que aquí veis, cumpliendo toda la vida de condena, pretendía ser poeta bienquerido y lo hubiere con creces conseguido, si no ahogase cada día a Erato en el fondo de una botella”.

—¡Estupendo, Diego! —exclamó el vigilante al otro lado de la reja— ¡Cada día me sorprendes más!

—¡Calla, cabrón! ¡No le animes que me toca relevarte! —gritó la voz alegre que se acercaba por la galería.

—¡Hombre, Marquitos! ¡Llegas tarde cómo siempre! —y al tiempo que recriminaba al compañero, depositaba dos cigarrillos en la mano que Diego extendía entre los barrotes.

El condenado se encorvó en su curvatura a modo de saludo, y aprovechando el gesto: rodó varias veces en el piso. Los vigilantes aún reían cuando, tras levantarse con dificultad y caminar los pocos metros de la celda: Diego extendía medio mareado nuevamente la mano.

Con un cigarrillo encendido en la boca, y tres, a buen recaudo: oyó cómo los avezados funcionarios, le llamaban puto loco. En cuanto desaparecieron: irguió por completo el esqueleto, aplastó con rabia la colilla contra el suelo, y murmuró grave entre dientes:

—Puto loco no… ¡puto vicio!





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LAS AUTORIDADES SANITARIAS ADVIERTEN QUE FUMAR ES MALO PARA SU SALUD Y PARA LA DE LOS QUE LE RODEAN

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© 2008, Ainhoa Núñez Reyes

Extraído del libro: El ingenio de la lámpara II
© 2008, Ainhoa Núñez Reyes
ISBN:978-1-4461-3882-3
DL: LEÓN-1075-2010
Impreso en España / Printed in Spain
Estos relatos están inscritos en el Registro General de la Propiedad Intelectual de León. Número de asiento 00/2009/669
bailarinas de ballet, pintura del cuerpo, arte, pintura, relatos, poesía, escultura, dibujo, carbocillo

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