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sábado, 27 de septiembre de 2014

Eva y Adán

     


 Si para recordar esta noche tuviese que olvidar el resto de mi vida, sin lugar a dudas, lo olvidaría. Recordaría así, la única noche que ha merecido la pena vivir. Ya dejaron de sonar los hirientes alaridos de las sirenas acústicas que avisaban del peligro, y su sonido fue sustituido por el redoblar esperanzado de las campanas de las iglesias que aún quedan en pie.
      Llegó la paz tan súbitamente como se fue y. con ella, el cese del infierno de metralla, cascotes y aire contaminado por los cadáveres de los caídos.  Al final los círculos se cierran y los caminos vuelven al punto de partida. El hombre vivía con odio y con odio murió. Hoy, sólo quedan las cenizas del rencor cayendo lentamente sobre nuestras cabezas.
      Demasiadas cosas acuden a mi mente. ¿Cómo podría poner en orden todas ellas si apenas recuerdo cómo empezó? Durante mucho tiempo vivimos engañados, refugiados cómodamente en el frágil manto de la paz.
      Creímos que nada podía estropear aquel sueño sostenido con hilos minúsculos y frágiles. Presumíamos de ser seres elegidos, predestinados a la felicidad, sin miedo, casi inmortales, y como si un halo luminoso nos separase de lo humano y nos acercase a un tuteo cordial con los dioses: desfilábamos creyendo firmemente que nada de esto podía suceder. Pero sucedió. Las rivalidades se convirtieron en temor a otras formas de entender la vida y el temor, en odio. Nada ni nadie podía evitar el desastre.

miércoles, 24 de julio de 2013

Sé quien eres

Ilustración digital de la artista gráfica puñués, noche oscura y soledad
 Entropía by Puñués


Sé quien eres. Hace tiempo que nos observamos. Dime tú. ¿Cómo sabemos que sólo por estar aquí, leyendo o escribiendo estas líneas, o al respirar, en el momento que entramos a este blog, o en el primer café de la mañana, no hemos puesto en marcha los acontecimientos que algún día nos llevarán a la muerte? Dentro de 50 años, de 20, de 10, mañana, incluso, hoy. No lo sabemos. Decimos que la hora de la muerte no se puede predecir, y al así decirlo, nos imaginamos que, esa hora, está en un futuro oscuro y distante, a nadie se le ocurre pensar que tenga algo que ver con el día que acaba de empezar, o con la última elección que han tomado y que la muerte pueda atraparnos en este mismo momento. Si en esta misma frase empezáramos a morir, al llegar a la segunda coma, nuestra respiración se aceleraría cada vez más, haciendo inevitable que en la última palabra encontremos la muerte

© Ainhoa Núñez Reyes

sábado, 6 de julio de 2013

Lo que nunca había entendido

ilustración digital, artista puñués, muerte en un callejón, carne de cañón
Carne de cañón by Puñués


Me estoy muriendo. 

Cierro los ojos. Mi pecho expulsa con dificultad un tímido aliento. Todo se vuelve oscuridad.

Los edificios, testigos mudos, se alzan inmóviles en la negrura de la noche, insensibles a mi sufrimiento. No sé si veo o imagino los rostros de curiosos que se asoman por las ventanas, momentos antes, vacías. 

¿Están? 

¿Me miran? 

¿Estoy?

¿Los miro?

A lo lejos se abre una puerta. Las luces están encendidas y puedo oír la voz de mi madre llamándome para cenar. Deseo estar allí. Levantarme y caminar hacia mi hogar. Sonrío. No pienso en nada. Me siento seguro, feliz de haber vuelto.

No hace ni media hora que salí de casa, y ahora mi cuerpo, tirado en la acera, se enfría rápidamente.

Nunca lo había entendido. Las ausencias, los deseos, las pérdidas, lo fácil, lo difícil, los líos… todos son uno. Nada es bueno o malo. Forman parte de lo mismo. En igual medida, en la misma proporción siempre son positivos. Vivir, vivir es positivo.

Debería haber sido fácil. Te atracan en un callejón, entregas lo que tengas y final de la historia. Sin disparos, sin sangre, sin víctimas. Pero a veces las cosas se complican.

Yo amo. Recuerdo una niñez feliz con mis padres. Echaré de menos a los colegas. No soporto pensar que nunca más veré los ojos de Isabel, ni esa manera suya, tan particular, de recogerse el pelo. El sexo. Echaré de menos el sexo. Las peleas, la mayoría innecesarias. El repetido llanto de ella… qué ironía. La hice llorar en vida y me arrepiento casi muerto.

Cada vez me cuesta más respirar, y no obstante, lo que antes no había tenido ningún significado para mí, ahora lo tiene.

Me río por dentro. ¡Qué estúpido! ¿Ya está? ¿Todo se acaba?

No puede ser. Alojo una pequeña esperanza de que alguien llegue, de que alguien pueda ayudarme, pero las calles abren sus oscuras gargantas, vacías y silenciosas, como… muertas.

Miro al cielo. Apenas hay estrellas que me acompañen. Tengo frío. Pierdo fuerza en las manos. Las manos son mi último cartucho. Se mantienen húmedas y calientes tratando de taponar el agujero que se abre en mi vientre. 

Aquel hombre tenía una pistola y no la vi. Se la sacó mientras yo, asustado, cogía el dinero de la billetera.

Disparó. Caí al suelo. Luego, él recogió los billetes y la cartera… Se marchó dejándome tirado en el suelo. 

¿Por qué había hecho aquello?

No fue necesario. Al fin y al cabo, solo soy un simple ladrón. Intentaba ganarme la vida de la única forma que sabía.

©Ainhoa Núñez Reyes


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